Agarro
mis decepciones al fondo de los bolsillos, y no las dejo caer aunque estén
rotos, como si todavía esas llaves pudieran abrirme alguna puerta. Sin darme
cuenta de que todos las llevan también encima, aunque para el resto de personas
mis llaves son chorradas que ya no pueden ser utilizadas, que han dejado de
tener sentido, incluso para mí.